Dia Internacional de la Mujer: la historia de una partisana

07/Mar/2024

Por Esc. Esther Mostovich de Cukierman, para CCIU

Por Esc. Esther Mostovich de Cukierman, para CCIU

En el Dia Internacional de la mujer, quiero recordar este año a una de las mujeres partisanas que sobrevivieron la Shoa en el Gueto de Vilna.  Su nombre era Rojl Margolis (Z’l). Nació en Vilna en 1921 y falleció en Israel en el 2015. Tuvimos el privilegio de tenerla como guía de Vilna en el 2006. 

Rojl Margolis nos lleva caminando por las calles del gueto de Vilna. Es bajita, de cabello completamente blanco y voz firme.  Ella revive la historia y sus memorias junto a cada piedra.

Llega hasta una avenida y de repente se detiene en el medio de la vereda.

-“Aquí”, dice golpeando con sus zapatos en las losas del pavimento, “aquí mismo estaba la alcantarilla por la cual huyeron a los bosques unos cuantos combatientes del gueto, en las narices de los nazis. Después, los soviéticos cambiaron el trazado de las calles, taparon todo, no querían conservar ni el recuerdo de los partisanos judíos”.

Terminada la guerra, Rojl fue profesora de Historia en Vilna hasta que se jubiló y luego se fue a vivir a la ciudad de Rehovot, en Israel. Todos los años vuelve a Vilna, a visitar a su hija y sus nietos que viven aquí, a colaborar en las tareas del museo judío y servir de guía a los estudiantes del Instituto de Idish de la Universidad. Sus ojos claros brillan y su voz se vuelve ronca cuando ve en esas paredes, los muros y portones que ya no están.

-“Este gueto ¡estuvo tan lleno de vida y tan lleno de muerte!”, nos dice. “La muerte nos rodeaba, pero estábamos llenos de vida cultural, de teatro, encuentros, discusiones. De día la gente tenía que salir del gueto a trabajar para los nazis. De noche empezaba una actividad diferente, hacer aberturas para poder pasar de una casa a la vecina, o cavar pozos debajo de las casas, para comunicarnos por pasajes subterráneos y tener refugios disimulados donde esconder los rollos de Torá, los libros en Hebreo y en Idish, o sobrevivir a los ataques aéreos de los rusos o las búsquedas nazis casa por casa”.

Se mantiene firme y su voz no tiembla.

-“En esta esquina, estaba uno de los portones del gueto chico”, nos cuenta, parada frente a la avenida Vokieku (la avenida de los alemanes). “¿Ven ese cantero central de varias cuadras, lleno de césped, en el medio de la avenida? Todo ese cantero era la primera manzana de edificios del gueto grande. Vokieku era solamente esta calle angosta que separaba, a un lado el gueto chico, y del otro lado el gueto grande. Aquí, cruzando la calle, delante de nosotros había un prostíbulo, la noche en que yo me escapé del gueto, esperamos a que los guardias entraran a entretenerse para escurrirnos por este portón. Cruzando esta calle, unos metros a la izquierda, estaba la entrada al gueto grande. Todas esas manzanas que ven cubiertas de césped, se incendiaron cuando los rusos bombardearon la ciudad para echar de aquí a los alemanes, hacia el final de la guerra. Cuando entramos a Vilna después de la liberación, las calles estaban cubiertas de escombros y cuerpos muertos. Los soviéticos las convirtieron en el cantero central de la gran avenida Vokieku, que tomó dos calles y toda esa manzana”.

La respiración de Rojl se pone más agitada. Sus ojos se vuelven enormes, casi desorbitados. Ahora no nos ve a nosotros, está viendo el pasado.

-“Mi marido era el mejor artesano de metales del gueto. Un día, Genz, el dirigente del Judenrat (Consejo judío) vino a encargarle una copia de la llave de este portón. Él tenía sus asuntos que lo obligaban a salir del gueto a menudo y no quería estarle pidiendo permiso a los soldados alemanes en cada oportunidad. Se quedó todo el tiempo observando para cuidar que mi marido no se hiciera una copia extra, pero yo lo entendí cuando él le dio una mirada al pedazo de pan que era lo único que teníamos para comer. Le alcancé ese pan, él lo metió en la boca y lo masticó. Ni siquiera yo me di cuenta cómo lo hizo, pero cuando nos quedamos solos, me mostró el molde de la llave en esa pasta de pan. Así pudimos tener nosotros también esa llave y gracias a ella, muchos compañeros, mi marido y yo, pudimos escaparnos a los bosques, pocos días antes de la liquidación de todos los judíos del gueto”.

Cruzamos la ancha avenida y entramos al hoif (patio)   de la manzana siguiente.

-“Esto era el gueto grande. Antes de la guerra, en esta calle estaba el restaurante de Welfke. Era el punto de reunión de los intelectuales y la gente linda de la ciudad. Preparaban el mejor gefilte fish (pescado relleno) de toda Europa… Antes de la guerra, nadie visitaba Vilna sin venir a probar kishke (tripa de vaca) rellena en lo de Welfke”.

Señala varias manzanas a nuestro frente, cubiertas de césped.

-“No había jardines en el gueto. Ningún pedacito verde. Todo esto eran edificios, patios empedrados. Aquí, estaba la Gran Sinagoga del siglo XVII, el Shul Hoif (patio de la Sinagoga) y la gran escuela judía de varones”.

Siento un escalofrío por todo mi cuerpo.

-¿Aquí, la escuela judía? ¿Esta escuela ya funcionaba a principios de siglo XX?

-“Claro”.

-Entonces, ¡a esta escuela vino mi padre!, le digo emocionada.

-“¿Tu padre era de Vilna?”

-No. Nació en Polonia. Sólo asistió a la escuela en Vilna, durante la Primera Guerra Mundial. Recién ahora sé dónde estaba esa escuela.

Me da la impresión de flotar en el aire. ¡Apenas puedo creer que sin buscarlo, he encontrado el lugar donde estaba la escuela a la que mi padre llegaba en carruaje de caballos!  Doy vuelta la vista alrededor, buscando las veredas por las que caminaba mi padre. Pero lo que se ve junto a estos cuadrados de césped, son algunos edificios de bloques modernos, del estilo soviético.

– “Todo esto era el barrio judío del centro de Vilna”, dice Rojl. “Las recuerdo con las veredas llenas de puestos de venta y de vendedores…  Después de la guerra, los soviéticos tiraron abajo muchos edificios dañados y construyeron bloques de vivienda con parque entre medio, como aquí. En otras calles, algunos edificios más sanos, los arreglaron”.

Rojl sigue caminando rápido.

– “Esta es la calle Zhydu (Judía). Aquí, a mitad de esta cuadra, vivía el Gaón de Vilna en el siglo XVIII. ¡El Gaón de Vilna!  La mayor gloria de la historia de nuestra ciudad. Admirado por religiosos y no religiosos. Él se opuso rotundamente a los judíos jasidim, el inició el movimiento de los misnagdim, (los judíos ortodoxos opositores del jasidismo) y los judíos de Lituania lo siguieron. Matemático, científico, humanista y por sobre todo el mayor conocedor de la Ley Hebrea de su tiempo. Por ser quien era, desparramó las ciencias y originó un movimiento de extensión de los estudios a todo nivel. Vilna se convirtió en la ciudad con más estudiosos judíos de Europa, en hebreo y en Idish, religiosos y seculares. Desde ese entonces le dieron a Vilna el nombre de Jerusalem de Lituania. Pero esos días de gloria murieron en la guerra. Hace unos años, los soviéticos hicieron poner este cartel que dice que el Gaón de Vilna vivía en esta casa de la esquina. No es cierto. Tenemos fotos de archivo, la casa donde vivía el Gaón estaba a mitad de cuadra, donde ahora hay simple pasto. Pero los soviéticos reescribieron la historia a su gusto, como también decidieron re escribir el idioma Idish, sin ninguna palabra de loshn kodesh (palabras escritas en hebreo que están integradas al idioma Idish). En 1997, cuando se cumplieron los 200 años de la muerte del Gaón, buscaron un busto cualquiera de bronce, hecho tal vez por algún aprendiz de escultor, representando no se sabe a quién y lo pusieron frente a la esquina de la calle Zhydu con el cartel ”Este es el Gaón de Vilna”. Los judíos ni siquiera pudimos protestar, pero esa estatua, no se sabe cómo, se “rompió”.  Después de la independencia de Lituania, pusieron otra en el mismo lugar, el nuevo escultor declaró que copió fotos de la estatua rota, y esa es la que ven ahora.   La Lituania independiente arregló algunas calles del barrio judío y ha cambiado las políticas oficiales antijudías por leyes de tolerancia a todas las minorías. Pero la gente no cambia de forma de pensar porque salgan nuevas leyes”.

Su respiración se torna entrecortada. Camina rápido, entra a la calle Zematijos, hasta llegar a un edificio de dos plantas, vacío, casi un esqueleto.

-“Aquí mismo, estaba la Biblioteca Strashunas.  Antes esta calle llevaba el nombre de la biblioteca”.

Señala las puertas y las ventanas.

-“¡Esto estaba tan lleno de libros y de lectores! Strashunas No.6. Era el centro de los partisanos (guerrilleros) Aquí veníamos todos a leer, antes de la guerra y durante la guerra. Los nazis confiscaron y se llevaron algunos libros, los que ellos consideraban “antigüedades valiosas “. Los demás libros los dejaron, con un sello que decía “autorizado “. Nos dejaban leer, porque ya tenían pensado que nos quedaban pocos días de vida. Lo que ellos no sabían eran que aquí, en el sótano, detrás de los libros, nos encontrábamos, en grupos muy pequeños, para comunicarnos los planes de lucha y huida del gueto y las noticias que nos traía la papir brigade (los judíos que eran obligados a trabajar para los nazis en el IWO, el archivo de libros en Idish, fuera del gueto). También, en ese sótano se armaron algunas veces, los poquísimos revólveres que se consiguieron comprar del lado ario y se trajeron al gueto desarmados, dentro de la ropa de alguno de los obreros”.

Rojl se ha quedado extenuada al sacar a luz sus memorias del gueto. Suspira hondo y se detiene. Su vista se posa en un árbol en el patio del ruinoso edificio de la Biblioteca Strashunas, y nos repite:

-“No había árboles en el gueto.  Ningún pedacito verde”.

Este testimonio forma parte de mi libro ” Ochenta aventuras alrededor del mundo” (Ed. Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 2023)